‘Breaking Bad’ no es la serie que te recomendará un amigo entre el whopper y las patatas. Y no me extraña que no suene mucho porque es no es un producto de fácil digestión. Sólo tienes que buscar la sinopsis de la serie para que veas dibujada en tu mente la frase “ni de coña”. ¿Quién quiere saber algo de la vida de este profe de química pardillo y balbuceante con hijo minusválido? ¿Quién quiere acompañarle por el camino de la quimio? ¿A quién no le suena algo trillado el argumento de “voy a morir así que paso de todo y empiezo a arriesgarme en la vida”?
Pues la primera temporada, que es la que he visto, te va a sorprender. Porque el hombre se sale por la tangente y se pone a cocinar metanfetas para pagarse el tratamiento. Con ayuda de un ex alumno tirado de la vida se comprará una caravana y se meterá en el mundo de la droga entre matraces, cadáveres y decisiones morales. La temporada empieza fuerte así que es probable que los 3 primeros capítulos puedan resultar “ásperos”.
Luego conforme pasan los episodios empieza a bajar la credibilidad de lo que se ve y la serie hace un pequeño giro a algo más convencional, pero para ese momento ya estás dentro. No quiero contar más que lo que se ve en el tráiler, así que gasto mi último cartucho para animaros comentando el Emmy para Bryan Cranston como mejor actor de serie dramática en 2009 y 2010.
A mí me ha enganchado, pero ha sido como cuando pruebas un sabor extraño de esos que al principio no sabes si te gusta. Como la salsa de las patatas que ponen en el Bowerry, una hamburguesería de 20:00 a 7:00h con mucha, mucha grasa.
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