Queda nada para que cierre el Mercadona. La nevera con
telarañas y la pereza asoma al instante: haz la lista, coge las bolsas, corre,
corre, corre… No. Me voy al Domino’s Pizza.
La sala está prácticamente vacía cuando entro: una familia
en una esquina, un solitario con granos por allá y una… preciosa chiquilla, joven, morena y con ojos despiertos que mira al recién
llegado. Está comiendo… ¿sola? 1 bolso,
una bandeja, un único vaso… Vaya.
Se enciende la maquinaria. ¿Estará el novio en el baño? Mmmm, ¿espero un par de minutos a ver si sale?
¿Le entro preguntándola qué hace cenando sola? ¿Tan ordinario? ¿Y si no lo
está?
Nadie sale a atenderme así que aprovecho para preguntarle…
si es que no hay nadie atendiendo. Nada espectacular, lo sé, sólo quiero ver
cómo reacciona. Me contesta muy maja que ahora sale alguien. Y en esto que sale
una chica a atenderme. Es hacer el pedido, girarme para esperar en algún sitio
y más rápido que el rayo detecto una mirada de complicidad entre la chica que
me acaba de atender y la morena referida a mí. Lo normal es que uno
se calle esta clase de información (que es más que nada una corazonada ) pero, por alguna razón que yo achaco a
demasiadas horas viendo la serie “El Mentalista”, le pregunto en voz alta y absoluto
desparpajo a la chica si es que trabaja allí. La chica se sorprende y me dice
que no. Le pregunto entonces si conoce a la que me acaba de atender y dice
entre risas que es su hermana. Todos nos reímos y yo le comento abiertamente la
mirada que se han echado.
¡Es un comentario MUY raro! pero yo lo digo con absoluta
tranquilidad y simpatía y aquí no ha pasado nada. Me doy un par de vueltas por
el local sin llegar a sentarme, me apoyo en una columna, miro la tele, me
vuelvo a apoyar y decido acercarme de
frente a su mesa hasta que, con una cordial petición, me siento en su mesa
justo enfrente de ella.
Hablamos de por qué estamos cenando solos, de trabajar allí,
de la competencia de otra pizzería… La chica aparta el bolso, se toca el pelo,
me sonríe… La cosa pinta bien. Llega el momento "edad" : ¿… pero
cuántos años tienes? Agárrate: 17 años.
Bajón.
¿¿¿17??? Yo le echaba
unos 22-25… Decido recomponerme con la pregunta obvia ¿cuántos me echa a mí? ¿25?.
Pongo cara de circunstancias. ¿27? Mmmm. Acabo reconociendo la verdad: 30 años. No parece que le importe.
De repente llega mi pedido a la barra. ¿Qué hago? ¿Me salto
mi regla personal de obviar a las menores de edad? Es mona, simpática, está interesada,
vive cerca de mi casa y le he visto, cuando se ha levantado, una figurita que es para
escanear e imprimir en 3D en plan recordatorio.
Pero aquí entra la famosa ansiedad de los Ç*^´´+`++-*. Porque hasta el momento he sido un hombre seguro de mí mismo, con aplomo, he manejado la conversación por terrenos interesantes. La he
mirado a los ojos y no he sido ni obsceno ni graciosete ni aburrido. Así que
sólo quedaba haberme girado, haberle apuntado mi número o mi Facebook y haberla
invitado a que me escriba unas líneas y que sea lo que Dios quiera. Pero no. El
mismo mecanismo que hizo a mis ancestros prepararse para salir corriendo si
aparece un Mamut me ha hecho salir corriendo nervioso de la pizzería limitándome a unas
sonrisas y un hasta luego.
Si es que es para pegarme de palos. Hago lo más difícil y
fallo rematando.
Eso sí. Queda confirmado una vez más lo de que "No importa lo primero que le dices a una desconocida". Incluso puedes comportarte a lo Patrick Jane.
Lo dicho. PALOS.
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