Habíamos quedado a las 7 pero lo retrasó a las 7.30. Ya llevaba en la puerta de RENFE unos 10 minutos de más cuando la veo aparecer sonriente, 23 años, bolsa de deporte rosa en mano y amplia sonrisa. Está risueña y contenta. Dos semanas antes le había dicho por whatsapp que no iba a volver a quedar con ella. Que no quería saber nada. Así que estaba satisfecha. Había conseguido reblandecerme y me había invitado a su nueva casa , en la que un puf que ya no me cabía por ningún sitio le servía de acomodo a sus siestas. De camino a su casa me preguntaba, como cualquiera adivinaría, si esa tarde habría “tema”. Con ella podías esperar cualquier cosa. Así que me lleva a un edificio singular de mi ciudad, alto, casi un rascacielos y me pregunto si podremos echar un buen polvo con buenas vistas. Al llegar a la puerta, jarro de agua fría: “Espero que esté mi hermana” (¿pero no me habías dicho que vivías sola?). La puerta se abre y aparece una versión de mi amiga más alta, en shorts, del...