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Putas, maricas y camellos


El viejo cuenta cuentos de mi infancia ahora
tenía dos tetas y un negocio entre las piernas
La primera vez que me dijeron que existían hombres a los que no les gustaban las mujeres, sino otros hombres, tenía unos 10 años. En aquella época no se les llamaban gays, eran maricas. Mi tía nos contó cómo su ex marido se había casado con ella para ocultarlo. No le recuerdo especial odio por ello o por lo menos no me lo transmitió a mí, algo que sí he notado muchos años después en otros miembros de mi familia aunque el tema haya salido de forma tangencial. Los gays estaban mal vistos, eran un mundo oscuro. Cuando tenía 17 años me di cuenta  de que en toda mi generación del instituto no había nadie que hubiera salido del armario. Raro, raro. Era como el mundo del fútbol hoy en día: 0 gays. Hace unas pocas semanas estuve hablando en un intercambio lingüístico con 2 chicas de 16-17 años y les saqué el tema. Hoy día los gays de su curso están completamente fuera del armario y me dijeron que son un montón. Casi, casi les extrañó una pregunta así. Está normalizado. El caso es que hace unas semanas andaba metido por badoo y entré en el perfil de una mujer. La descripción era clara: era un tío y buscaba chupársela a alguien. Seguí navegando pero el tipo detectó que estaba en mi misma calle y empezó a presionarme para quedar ya mismo. Reconozco que una buena felación en aquel momento no me habría venido mal pero… ¿de un tio? ¿Se puede cerrar los ojos y pensar en tu ex :-)? El mundo oscuro se cernía sobre mí…


El mundo de la prostitución era otro asunto bien lejano. Pero hace ya tiempo acabé teniendo una interesantísima charla cara a cara con una chica muy maja, en la que me contó sus desventuras, sus problemas familiares y me demostró un recorrido suficiente para escribir un libro. Reconozco que me quedé asombrado de sus historias (si, si, ya sé que las putas mienten J) , me recordaron mucho a una gran serie (¡española!) que vi hace poco “Crematorio” en el que sucedían cosas parecidas: putas, un ruso que la mantenía en una casa de lujo y narcotráfico. Me sentí como si el viejo cuenta cuentos  que veía de pequeño en La 1 tuviera ahora dos tetas y un negocio entre las piernas, que diría Fito Cabrales. El caso es que me ofreció trabajo como una especie de guardaespaldas. Yo me sacaría 5€ por cada servicio y si a cierta hora no me llamaba tendría que ir a su casa a darme de hostias con el sujeto. Estaba en paro pero decliné la oferta...

Por último, cuando tenía 20 años hubo un momento en que me dio la sensación de que todo el mundo se metía algo. Recuerdo que me interesé por el LSD y, precavido y racional como soy me saqué de la biblioteca de mi Universidad el libro “LSD. Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo” del propio descubridor de la sustancia. Por suerte o por desgracia mi primera novia seria resultó ser politoxicómana (definición de su médico) en sus primeras fases de intento de recuperación. Verla sufrir de aquella manera para intentar dejarlo y verme a mí mismo registrando su cuarto cuando no estaba para buscarle mierdas dentro del colchón, hizo que se me quitara toda la tontería. Una cosa es ver la parte molona de las drogas y otra verte apuntando el teléfono de una ambulancia por si le da un chungo mientras estás durmiendo con ella. El caso es que ayer mantuve otra interesante conversación con un tipo que conozco de lejos, y que lleva 10 años viviendo de vender marihuana. Está en un dilema empresarial, un colega suyo quiere hacerle un traspaso. Tiene un piso con no-se-cuentos focos y está echando cuentas sobre si seguir con “un extra” que se saca ahora con su propia plantación o agarrar la oportunidad y sacar unos 30.000€ anuales. Casi, casi sin trabajar, dice. Tendría el piso montado, la luz sin gastos ya que la tiene enganchada y la “red comercial” ya tejida tras años de menudeo. Pero el miedo estaba en su mirada, decía que muchos amigos suyos ya han caído y la pena es la cárcel. La duda posiblemente le corroa mientras lees estas líneas.


El caso es que me pregunto por qué la gente me cuenta estas cosas. Por qué todos estos “mundos oscuros” que me vendieron de niño llaman a mi puerta ahora. Y no es que no me interese saber que los focos de plantar marihuana gastan tanta luz que o la enganchas a la red pública o te pillan. Es que soy un tipo que no le gusta aparentar, no me gusta ir de guay y siempre había considerado que la gente que se mueve por estos mundillos no era gente normal y que ellos al conocerme pensarían que no encajan conmigo y pasarían de mi como yo siempre he pasado de estos temas. Desde luego que con 31 años y conociendo gente en el mundo real todos estos asuntos se ven desde otra perspectiva y la línea moral se diluye. Supongo que viviendo la vida, la vida acaba encontrándote. 






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