La gente piensa que ser joven es tener la piel tersa pero hay algo que define tan bien como nuestro
físico la edad que tenemos: nuestra actitud, la alegría con la que hacemos las
cosas, la alegría con la que nos adaptamos a los cambios incluso aunque no sean voluntarios.
A cualquiera le puede estresar un cambio de puesto en el
trabajo, una tecnología nueva a la que hay que subirse para no quedarse aislado/anticuado
o volver al mercado del ligoteo tras muchos años con pareja estable.
Lo que diferencia a los buenos de los malos, a los jóvenes
de los viejos, es la actitud con la que
se enfrentan al cambio. Así que se puede
ser viejo siendo joven y viceversa.
No estoy diciendo que haya que subirse a todos los carros. A
mí personalmente me costó mucho tener mi primer teléfono móvil porque lo
consideraba una “pijada”, registrarme en Facebook porque lo consideraba “un
nido de cotillas” o utilizar páginas de internet de conocer gente/ligar porque
lo veía de “desesperados”.
Esto es normal, es la actitud de viejo, la de la persona con
prejuicios que antes de probar algo lo rechaza por las ideas preconcebidas que
tiene. Lo que te hace grande es ser capaz de saltar por encima de ellos y
tratar de ver qué cosas buenas puede aportar a tu vida ese cambio de residencia
o esa nueva forma de hacer las cosas en lugar de estar todo el día refunfuñando como un viejete cascarrabias que añora sus años dorados. Y es que aquellos años dorados fueron dorados porque era una persona abierta al cambio, a la última, no como ahora que abraza la decadencia.
Yo creo que en el fondo es una elección. Porque las nuevas
generaciones lo ven todo bien y aprenden enseguida pero los que ya tenemos una
forma de hacer las cosas por tener ya una edad tenemos que elegir
esforzarnos para ir renovándonos por dentro.
¿Qué eliges tú? ¿Te vas a quedar en la fase de negación - miedo?
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